Los «rapiditos» de Patricia

Los «rapiditos» de Patricia

 

Historia de una trabajadora sexual


Nos fuimos de Ricardo Arjona y montamos a una prostituta en el carro para armar nuestra propia crónica de la vida de estas mujeres callejeras. Patricia, de 21 años, nos cuenta el duro trabajo que tiene que pasar para mantener a su hijo


Por: Rafael David SulbaránTwitter

Sanbenitero. Le gustan los tostones.

Amigo de la buena lectura


 

Patricia Covis usa esos pantalones que parecen licra. No sé si se les puede llamar «leggings”. Menos mal que no es gorda, porque si no desencajara. Es flaca. Es una chica morena, de nariz refinada, ojos marrones, orejas y senos grandes. Tiene un lunar que provoca extirpar. Patricia tiene una bonita sonrisa, esas que le dan armonía a la cara. Recuerdo que una vez, durante una entrevista para un trabajo, un cirujano plástico llamado José Ernesto Romero me dijo que definía a la belleza como armonía en el rostro. “Cuando tu ves una cara y sientes armonía, que todo concuerda, que todo está en orden, hay belleza”, dijo el doctor. Bueno, Patricia puede considerarse una mujer armoniosa. Pero tampoco es hermosa. Todo esto, a pesar que es una prostituta.

Esa definición, o no sé si llamarla profesión, de Patricia, parece que se escuchara muy fuerte. Si la ven caminando por la calle así, un día normal, quizá no sepan que esa chica delgada que va delante de ti en la cola del carrito se acostó ayer con 2 tipos, a uno le hizo sexo oral, otro simplemente la tocó, y uno solo se masturbó. Todo en 2 horas. Es que Patricia no refleja ese estereotipo de prostituta que conocemos. No es alta, no usa tacones, ni pelucas amarillas, ni trajes de lentejuelas. No tiene pestañas postizas ni sostenes “push ups”.

El día que la vi, le vi el alma. Y eso es hablando literalmente. “Paráte muchacho, paráte que me estoy reventando de orinar”. Venía bebiendo cerveza. De esas cervezas de tercio que parece no se fuesen a terminar nunca. Yo me orillé, abrió la puerta de mi carro, se bajó, dio una media vuelta y soltó el chorro de orine en el suelo lleno de matas puyosas.

  • Ayyy esto pica, coño este monte pica. – Dijo.
  • Viste, te pregunté si aquí estaba bien. – Le respondí.
  • Bueno, ya no importa, me venía reventando.

Tres carros pasaron en ese momento. Todos iluminaron Ese trasero moreno. Ella ni se preocupó. “Total, ese culo ya lo han visto mucho”, le dije, mientras me enseñaba el alma cuando se estaba subiendo los pantalones delante de mí. “Dejá quieto chacho, que total, de eso nadie se ha muerto”, bromeó ella.

La llevaba a su casa. Me cayó del cielo. Yo buscando una historia de putas y, en mis trabajos de encubierto taxista-periodista, me sale un servicio para un motel. Busco a la pareja en un bar, los llevo a su lecho. En el camino el hombre me dice que si estaría disponible para llevar a la chica a Maracaibo. Le di un sí rotundo. Gracias San Benito, pensé. Esta es mi oportunidad. Había pensado en contratar a una, pero el periodismo kamikaze es peligroso. Claro, no todo el tiempo.

Total, ya la tenía montada en el carro. El chamo se bajó en una farmacia. Empecé con el preámbulo.

  • ¿Te puedo hacer una pregunta, sin que te me pongas brava? Le dije.

Mientras el chamo se tardaba en la farmacia, ella me contó que tenía un hijo de dos años, que el padre casi no veía de él, y que tenía que trabajar muy duro para mantenerlo.

  • ¿A qué tipo de trabajo te refieres? Pregunté.

Ella miraba su celular con la cabeza baja. En la mano izquierda tenía su cervezota. No dio chance. Ya el chamo venía. Le dije que dejaramos la cosa así, no se fuera a poner bravo el hombre.

Patricia habla bien. Claro, no 100 por ciento, pero al menos se expresa bien. Es que estudió hasta cuarto año y piensa retomar pronto la clase en un parasistemas. “Quiero ser abogada. De esas que pelean bastante y tienen muchas influencias”, me diría luego.

Su amante de turno es rockero. Iba fascinado con la música de mi carro. Patricia no entendía lo que decía Korn.

  • “¿Ustedes saben inglés? Porque los veo allí escuchando mucha música de esa fuerte en inglés”.
  • Sí. dice Roberto. Yo he aprendido mucho el inglés por internet.
  • Yo he aprendido un tanto con el paso de los años, leyendo cosas en inglés, viendo partidos de béisbol y escuchando música- dije yo.
  • Ah, OK porque hay que estar bien loco para escuchar música que no entiendes.- Dijo Patricia.
  • Roberto replicó con un tono hippie: Tranquila mamita, hazte cuenta que la voz es otro instrumento.

Eran las 7:00 pm. Las puertas del motel se abren. Los dejo en la habitación número 03 ya con los 500 bolívares del servicio cancelados por adelantado. Debía buscarlos a las 10:00 pm. Ya estaba pensando en las preguntas. Eran muchas.

Chuleadas

No iba a ser la primera vez que entrevistaría a una mujer de la vida callejera. Cuando era corresponsal del extinto semanario Urbe, de la Cadena Capriles, realicé una pequeña visita a dos night club cabimenses. La famosa Taguarita me abrió sus puertas junto a un pana colado que trabajó conmigo en El Regional del Zulia. Moisés. Ya comenzaba el show de baile. Yo me acerco a la barra y pido con el encargado. Le expliqué que éramos periodistas, que necesitábamos hablar con al menos tres empleadas. “No hay problema compadre, ya consulto con mi madre y te doy respuesta”, dijo el amable chamo. Nos brindó dos cervezas. Nos sentamos y ya la bailarina no tenía nada. Esa canción de Brian Adams jamás la relacionaré con otra cosa que no sea un baile erótico.

El encargado, hijo de la dueña nos hace señas. Me acerco hasta la barra. “Entren por aquella puerta, al lado del baño. Allí las está esperando una chama con una blusa roja”. Nos dijo. Plomo, fuimos de una vez. Catalina se hacía llamar. Nos contó que no se desnudaba por completo. Solo se quitaba la parte de arriba. “No me gusta, muchos tipos quieren acercarse y tocar. Tampoco ofrezco servicios sexuales. No soy una prostituta. Solo bailo por necesidad. Es mi fuente de trabajo. Se gana bien. Claro, quizá ganaría más si me quitara completo todo, pero no quiero. Eso es un trato que tengo con los dueños. Tampoco sirvo tragos, así que quizá soy de las que gana menos aquí, pero algo es algo y medio conservo mi dignidad”.

 

Prosti 3

 

Catalina es de Acarigua. Estudiaba ingeniería. Es blanquita y estaba flaca. Como de 1,65 de estatura. Pelo negro. En ese salón donde estábamos, todas las chicas convergían. Se vestían, desvestían, se maquillaban, se peinaban, se acomodaban, tropezaban y hasta orinaban. A menos de un metro de mí estaba una poceta blanca sin tapa.

“¿Chamo, se pueden salir un momento?- Dijo una chica. – Voy a orinar.

  • Mi alma Ritza, qué te pasa, los chamos te acaban de ver desnuda ¿y te va a dar pena orinar delante de ellos?

Esto lo dijo Marianny, de 19 años, que al ver la entrevista con Catalina, se nos acercó junto a su amiga Rosangela, de 18 años recién cumplidos. En la actualidad deben tener unos 25 años.

  • ¿Chamo y qué hacen por aquí? Dijo Marianny.
  • Somos periodistas.- Respondí. –Estamos haciendo una investigación, Queremos saber más o menos como es la vida de la prostitución en la ciudad, cuánto cobran, si tienen control sanitario y alguna anécdota que nos quieran contar.
  • Hay, yo tengo muchas. ¿Verdad Rosangela?

Las dos se miran, se chocan los hombros y se ríen. Son morenas. Parecen hermanas. Marianny es más alta. Tiene el cabello castaño. Rosangela es más robusta. Tiene grandes senos, se veían naturales. El cabello teñido con mechas amarillas que ya pedían auxilio. Se les notaba emocionadas. Quizá nunca habían visto un periodista en acción. Eran lindas. Con una mejor pintica, una maquillada chévere podían para por un buen hembrón en la calle. Si llegas de brazos con alguna de las dos te van a mirar a juro.

Ellas no bailaban. Servían tragos. Ganaban un porcentaje por tragos y cervezas servidas. Pero sí ofrecían servicios sexuales. Si querías tener sexo con alguna, primero debías gustarle, segundo debías pagar uno de los cuartos disponibles en la tasca o tercero pagar el “descorche” para llevártela a otro lado, y obviamente cancelar el servicio. El tiempo a convenir.

  • Una vez llegaron un grupo de niños guapos. Se sentaron y disfrutaron toda la noche viendo los shows de baile. Pidieron varias rondas de cervezas y botellas de ron. Rosangela y yo siempre les servíamos. Nos invitaron a sentarnos. Eran 5 chicos, se veían de esos chamitos riquitos. No eran de la zona, eran de Valencia. Estaban de visita por trabajo. Se acabó la fiesta, ya el local iba a cerrar. Pagaron por Rosangela y por mí 50 bolívares. Nos fuimos a la playa. Compraron cervezas y más ron. Íbamos en dos camionetas. Hicimos el desastre en la playa. Les cobramos 200 bolívares cada una, nos dieron un cheque al portador. Nos regresaron a Cabimas y bueno, felices todos. El lunes fuimos a cobrar el cheque, rebotó no tenía fondos. Nos tracalearon. Nos metieron hasta el alma. Pero qué más…al menos gozamos bastante porque estaban lindos.

Esto me lo contó Marianny cagada de la risa. Las vacilaron, se las violaron y no cobraron nada. Pero disfrutaron. Eso es parte del disfrute de ese trabajo, me dijeron. “No te tienes que amargar. Hay días buenos y días malos, y además sabemos, que si hacemos las cosas bien, algún día saldremos de esto y tendremos trabajos más estables”, expresó la más tímida, Rosangela.

Este reportaje salió en el año 2007. Junto a testimonios de otras ciudades de Venezuela. Fue chévere la experiencia. Y motivado por ese escrito quise abordar a Patricia.

La conversación

Los fui a buscar a las 11:00. Patricia se iba quejando porque le había dicho a Roberto que era hasta las 10:00. “Nojombre que dejé a mi hijo con mi cuñada, primera vez que se lo dejo y voy a llegar tardísimo”. Roberto iba bravo, más tarde me iba a dar cuenta por qué.  Llevaban como 4 cervezotas. Patricia no las soltaba. Uno hace eso siempre que anda prendido. Dejé a Roberto cerca de su casa, y bueno arranqué a Maracaibo. Empezó el interrogatorio.

  • Ajá preguntáme pueessssss.- Me dijo Patricia. – ¿Qué queréis saber?
  • Bueno, soy periodista, tengo una página web. Y bueno quiero saber qué haces exactamente.
  • Bueno, yo trabajo en Pompo. No soy prepago. Pero si salen chances como los de hoy no los desaprovecho. Todo eso, siempre y cuando vea que es un tipo limpio, y al menos tratable. O sea, tiene que agradarme, porque si no, no camina la cosa.

Patricia es huérfana. Su mamá y su papá estaban separados. A los 12 años perdió a su mamá, luego a su padre. Quedó a la deriva casi, yendo entre Valencia y Maracaibo a casa de unos tíos, o sus abuelos paternos. “Siempre anduve de allá para acá con mi hermanita, que hoy tiene 15 años y estudia. Mi mamá también era prostituta. Y bueno, eso fue lo que yo vi desde chiquitica. Lo veía normal pues, como que era el trabajo normal, en mi futuro. Evidentemente mi madre trataba de no inculcarme la cosa, pero lamentablemente falleció por una enfermedad. Yo no empecé a trabajar de una vez. Fue a los 15 años, influenciada por mis compañeras de clase. Cursaba cuarto año, y me decían que algunas lo hacían, y ganaban dinero fácil y rápido. Me alentaban porque era bonita. Y bueno, empecé a hacerlo. Con mucho cuidado empecé a frecuentar bares, gracias a Dios no se daban cuenta que era menor de edad, ya que hacía un esfuerzo grande por verme mayor, tacones, pintura, vos sabéis. Empecé a verle frutos a la vaina. Al poco tiempo ya tenía un celular nuevo, ropa bonita y mi dinero para cosas, el trabajo es bueno porque tienes dinero constante, también me encanta beber, adoro una cerveza,  tomo casi todos los días, pero sin alcoholismo fuerte, pero esto no puede durar toda la vida”. Patricia Covis dice que no le gustan las drogas. Nada que ver con eso.

Prosti 2

Mientras le daba un sorbo a la penúltima cerveza, y luego de orinar, me contó que a los 19 años salió embarazada porque quiso. “Yo vivía con Manuel, era un tipo chévere, pero se empezó a quebrantar la situación. Luego que nació mi hijo lo boté. Yo no dependo de nadie. Pero bueno, siempre es bien tener la imagen de un padre, ojalá él pueda serlo. Horita tengo un novio. El chamo es bien. Tiene 19 años, se llama Julio. Estudia y es voluntarioso. Cuando me enfermé de Chikungunya me atendió como una reina. No sé cómo hizo para comprarme las medicinas, y hasta plata me dio. Yo sé que no es plata mal habida, ese chamo es sano”.

Tiene una pieza, y vive con su hermana en una barriada popular de Maracaibo. La ha ido construyendo poco a poco. “Me falta reunir para montar la placa, como unos 20 mil, con eso creo que ya tendré listo ese techo. Quizá pediré prestado”. Ella piensa pagarlo todo con su trabajo diario. Y creo que lo logrará porque gana bien.

“Puedo ganarme desde 3 mil diarios, depende. A veces es con su solo cliente, en otras son como siete”. Trabaja de miércoles a domingo. A Roberto ese día le quitó 3 mil bolívares por cuatro horas de servicio sexual. Pero me aseguró que gana más con los “rapiditos”.  Puede atender hasta 12 tipos en una noche movida. Eso significa 7200 bolívares, en 8 horas de labor.

Esa modalidad consiste en cancelar 600 bolívares por el servicio de 20 minutos, que puede incluir, según lo que el cliente prefiera: sexo oral, masturbación, y penetración en diferentes posiciones. El cliente también debe pagar 120 bolívares por la pieza en la tasca. “Depende de lo que el cliente quiera, a veces solo quieren tocarte y masturbarse, en otras solo sexo oral, o penetración y sexo oral”. Ella impone claramente sus reglas. “A cada cliente le canto todo, no hago sexo oral sin condón, por supuesto la penetración tiene que ser con forrito. No dejó que me besen los senos, y tampoco que me hagan el sexo oral. Todo eso, vos sabéis, es para prevenir enfermedades.

Patricia se controla cada 15 días. Tienen el famoso carnet rosado, que certifica estén sanas. Con ese documento actualizado se libra de una posible visita a la cárcel. Ella afirma que es muy rigurosa con eso.  Asiste fielmente al ginecólogo “Porque de esto uno vive y tiene que cuidarse, no quiero una mala jugada”.

La joven es amigable siempre con sus clientes. Dice que uno de sus favoritos es un casi pordiosero. “No me lo vas a creer, pero ese señor, parece de esos que limpia las calles, siempre viene sudado y sucio. Claro, lo mando a bañar pues. Y es mi cliente favorito, porque acaba rápido. Es dinero fácil en pocos minutos”.

Roberto se puso molesto porque no acabó. “Ajá no es mi culpa, tenía que irme”. Por esa razón Roberto no pagó el taxi. Ella me pagó y yo le cobré, además con esta historia. Menos mal que no soy Ricardo Arjona, aunque mi carro es un Volkswagen.   


Fotos: Google.com


 

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2 comentarios en «Los «rapiditos» de Patricia»

  1. Cualquiera que lea esta historia, pensaría que solo es un periodista creativo que invento este relato. Pues no! jajajaja ese día Rafa me recogió en el puente Rafael Urdaneta, y fui con el a llevarla a su casa, yo solo iba cayado escuchando toda la entrevista, y como se desenvolvía la chica tan seriamente como si estuviese en Laura en América jajaja.

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